domingo, diciembre 20, 2009

How i wish you where here


Bueno, así fue como terminé media pilucha llegando al café Mosqueto.

Venía sin alas, sin plumas, sin maquillaje y sin sombrero. De mi morral sólo salía olor a naftalina, gatos y libros. Los lentes de sol se habían quedado tirados en la arena de alguna playa carente de sentido, y ahora sólo me restaban los ópticos, que venían empañados de tanto humo que desprendían los mates eternos.

Consuelos, tenía tantos como dudas. No me importaba en realidad.

Compré un durazno en el carrito de frutas antes de salir de Bellavista; lo comí sin siquiera pensar en los microbios que conservaba su cáscara, menos iba a pensar en todos esos problemas que causé anoche. Al fin no escuchaba voces dentro de mi cabeza; sólo historias que me resoplaban personajes. Pura demencia, nada de creencias.

A mi mesa llegué sin arena, sin lunas, sin soles, sin sal. Sin nada, llegué y punto. Llegué sin teléfono, porque lo había derretido en una fogata contestataria, llegué sin sangre porque la había derramado en algún callejón de puerto, llegué sin vino porque lo había evaporado en alguna hoguera psicotrópica. Llegué sin zapatos porque los había rebanado en algún bosque, mientras cantaba con pajaritos. Llegué sin flores, y sin coronas.

No sé cómo mierdas fue que llegué, pero llegué. Para sentirme en la casa, para sentirme con olor a onces y pasto mojado, para sentir eso que se siente cuando uno riega el jardín en verano.

En el Mosqueto, no sólo me tomé un cargadísimo café goteado; sino que por fin me tomé todo ese tiempo que me estaba debiendo de hace no sé cuántas, cuántas vidas.