sábado, julio 26, 2008

12 segundos .-


Todavía puedo oler la nafta a través de sus fauces, cada vez que camino entre las calles y la gente. Y no me dejo de pasar en flashes colorinches y ultra-animados, el día en que las cosas se tornaron surrealistas, las caras dejaron de tener una estructura de hueso y se volvieron máscaras de fluorescentes colores que medio se derretían cada vez que cínicamente dibujaban una sonrisa para tratar de convencerme que todo era normal.

Del caos, dicen que se pasa al orden.

Quince mil setecientas treinta y cuatro agujas finas se clavaron en mi cuello, y me cortaron la respiración.Era raro porque no me paré desesperada a prender una lámpara, una linterna o una vela; prendí un fósforo y lo dejé que se consumiera por completo para que sintiera lo que sentía yo. El fósforo fue el único capaz de mostrar empatía en esos momentos.

Desperté atolondrada con el sonido del teléfono; raro, el sonido a diferencia de lo demás no se había desfigurado. Contesté, era mi hermano, me preguntaba si estaba bien, cómo iba el clima en Chile, y si me había gustado la bufanda que me mandó el mes pasado. Bien, frío, y sí, autómatamente le contesté las tres palabras mientras nuevamente me fundía mirando como cada uno de mis muebles y chucherías demases se iban congelando, formando cubitos y arrejuntándose en un gran lego que remodeló mi casa y la convirtió en una avioneta que no se movía, sólo flotaba, y a ratos, como cuando el viento la meneaba, emitía zumbidos.

Corté el teléfono y me devolví a mi cama, para nada asustada, menos asombrada frente a tan impresionista espectáculo; creo que toda capacidad de asombro la había vaciado un par de semanas antes el día en que las bocas se volvieron hocicos desgarbados que estridentemente me gritaban algo, y yo era incapaz de escuchar por estar ocupada mirando esos enormes colmillos que cada vez crecían y se afilaban más.

Media hora más desperté, me di vuelta, y ya no quedaba café en el velador. Envuelta en una manta de sebo, sudor y saliva, me levanté a preparar más.

Llegó Rodolfo, para variar a pedirme disculpas, a decirme que saliera del depa, que me fuera a una clínica, que no era normal que no durmiera, que la situación me había afectado demasiado. Mientras, yo trataba de recordar por qué no había olvidado antes a Rodolfo, le contesté que de qué cresta de depa me hablaba; yo estaba parada en una aleta de la avioneta de lego.

Se puso a llorar, me balbuceó un par de cuentos, que no escuché. Estaba demasiado metida recreando la escena de la borrachera de Dumbo, así que le tiré un vaso de agua y me metí en la ducha. Cuando salí me puse unos pantalones de terciopelo y una blusa de cabezas de palomas, tomé a Rodolfo de una muñeca y lo arrastré fuera de mi avioneta de lego (que ahora empezaba a mutar a un gran cucharon de madera); y de mi vida.

Caminé no sé a donde y ni sé cuanto, sólo recuerdo haberme encontrado con sabios andinos que caminaban a mi lado y me tendían sus manos plagadas de serpientes, con con muchas madres, ninguna piadosa y ninguna mujer en realidad, con brumas de padres que se desintegraban si un niño pasaba y soplaba un remolino, con miedosos, con libres, con dispersos, con idealistas y con gruñones. No conversé con ninguno, no pude, mi caja toráxica se había vuelto también de lego. Llegué al almacén y me compré cigarros, los pagué con una cabeza de paloma que quité de mi blusa y caminé hasta sentarme en la plaza. Me paré y recogí un bastón de plata forjada, así llegué a la oficina, boté los cigarros en la papelera y me senté a escribir dígitos inconexos característicos del servicio público. Y así nunca dejé de pensar en como de un tiempo a esta parte mi cabeza había sido abandonada por el pelo, la paz, la compasión, y uno que otro gajo de piel.

martes, julio 08, 2008

Amores Incompletos .-


Notable canción de los Tr3s .-